No dejes el cuidado de gobernar tu corazón a esas ternuras parientas del otoño del que reciben su plácido andar y su afable agonía. El ojo es precoz para plegarse. El sufrimiento conoce pocas palabras. Prefiere acostarse sin cargas: soñarás con el mañana y tu lecho será liviano para ti. Soñarás que tu casa ya no tiene vidrios. Sientes impaciencia por unirte al viento, al viento que recorre un año en una noche. Otros cantarán la incorporación melodiosa, las carnes que sólo personifican la brujería del reloj de arena. Condenarás la gratitud que se repite. Más tarde, te identificarán con algún gigante disgregado, señor de lo imposible. Sin embargo. Sólo has conseguido el peso de tu noche. Has vuelto a la pesca en las murallas, a la canícula sin verano. Estás furioso contra tu amor en el centro de un acuerdo que enloquece. Sueña con la casa perfecta que nunca verás elevarse. ¿Para cuándo la cosecha del abismo? Pero has reventado los ojos del león. Crees ver pasar a la belleza por encima de las lavandas negras.. ¿Qué es lo que ha izado, una vez más aún, un poco más arriba, sin convencerte? No hay sitio puro.
En cuanto a mí me embrutecí de ti oliéndote al galope todo el cuero, esto es toda la fragancia de la armazón, el triángulo convulso, me -a lo largo de tu espinazo- embrutecí de ti, por viciosilla arcángélica, aleteante la nariz, por pájara afro y a la vez exenta, por motora a diez mil, por oxígena de mi oxígeno me embrutecí de ti, por esas dos rodillas que guardaron todo el portento diáfano, por flaca, por alguna otra vertiente que no sé, por adivina entre las adivinas esto quiere decir por puta entre las putas, por santa que me dio a comer visiones en la mácula de la locura del castillo interior que ando buscando en la reñiñez, por la gran Teresa caliente de Babilonia que eres, alta y sagrada, por cuanta hermosura enloquecedora hay en la Poesía para mí me embrutecí de ti.
Vejez es cuando a un hombre arrimado al fuego de la chimenea temblando a causa de las brujas para poner el cazo sobre el lecho y traerle su ponche viene ella en las cenizas quien amada no pudo ser vencida o vencida no amada o alguna otra aflicción viene con las cenizas como en esa luz vieja el rostro en las cenizas aquella vieja luz de las estrellas en la tierra otra vez.
corazón, qué oquedad, y dentro cuánta suciedad
dormir hasta la muerte nos cura siempre ven a aliviar esta vida este mal
¿La esperanza?, un bribón, el más grande embustero, hasta que la perdí, no supe de la felicidad. Copiaré del infierno en la puerta del cielo: dejad toda esperanza los que entráis.
Pide al todo-lo-cura, al todo-lo-consuela pensamiento solaz y salvación para el dolor que os donó con esfuerzo
No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago de atigradas listas y un rostro pintado, redondo como la luna, que mire, quiero estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo entre minerales mudos, raíces. Véolos ya: los pálidos, astralmente distantes rostros. Ahora no son nada, no son siquiera criaturas. Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses, de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia ¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar! Mi espejo se empaña: unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada. Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.
No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños, por la boca o los ojos. No puedo impedírselo. Un día se irá para no volver. Así no son las cosas. Permanecen, sus luces idóneas se calientan en mis manos frecuentes. Ronronean casi. Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules, mi turquesa, me darán solaz. Déjame mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites, que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes. Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón bajo mis pies, bien envuelto. Conoceréme a mí misma. Seré noche y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.
Íbamos a vivir toda la vida juntos. Íbamos a morir toda la muerte juntos. Adiós.
No sé si sabes lo que quiere decir adiós. Adiós quiere decir ya no mirarse nunca, vivir entre otras gentes, reírse de otras cosas, morirse de otras penas. Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse, olvidando, como traje inútil, la juventud.
!Íbamos a hacer tantas cosas juntos! Ahora tenemos otras citas. Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes. La lluvia que te moja me deja seco a mí. Está bien: adiós. Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses, el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas que vuelen sin cesar sobre tu sueño.
Arrojaste sobre mi casa una tela negra. ¿Qué es esta opacidad en todas partes? Es la opacidad que cubrió mi cielo. ¿Qué es este silencio en todas partes? Es el silencio que hizo callar mi canto.
Para esperar me hubiera bastado con un hilo de agua. Pero te lo llevaste todo. El sonido que vibra me fue quitado.
No supiste jugar. Atrapaste las cuerdas. Pero no supiste jugar. Tapiaste todo en seguida. Rompiste el violín. Arrojaste una llama sobre la piel de seda para hacer un horrible pantano de sangre.
El bienestar reía en su alma. Pero era todo mentira. No fue largo el reír.
Ella estaba en un tren que rodaba hacia el mar. Estaba en un huso que hilaba sobre la roca. Se abalanzaba, aunque inmóvil, hacia la serpiente de fuego que iba a consumirla. Y fue allí, de pronto, cuando sorprendió a la confiada, mientras peinaba sus cabellos, contemplando, en el espejo, su felicidad.
Y cuando vio subir esa llama sobre ella, oh...
Al instante, la copa le fue arrancada. Sus manos ya no han sido nada más. Vio como se la apretaba en un rincón. Se detuvo allí arriba como un enorme tema de meditación por resolver antes que nada. Dos segundos más tarde, dos segundos demasiado tarde, huía hacia la ventana, pidiendo socorro.
Toda la llama entonces la rodeó.
Ella se encuentra ahora en una cama, y su sufrimiento sube hasta el cielo, sin encontrar a Dios... y su sufrimiento desciende hasta el fondo del infierno sin hallar al demonio.
El hospital duerme. La quemadura despierta. Su cuerpo, como un parque abandonado...
Defenestrada de sí misma, busca cómo volver a entrar. El vacío por donde deriva no responde a sus movimientos.
Lentamente, en la granja, su trigo arde.
Ciega, a través de la larga barrera del sufrimiento, durante un mes, remonta el río de la vida, natación atroz.
Paciente, en lo innombrable inflado, vuelve a trazar sus formas elegantes, teje de nuevo la camisa de su piel fina. La curación está allí. Mañana cae la última venda. Mañana...
Aire de la sangre, no supiste jugar. Tampoco tú supiste. Arrojaste súbitamente, estúpidamente, tu tonta piedrecilla obstructora a través de una aurora nueva.
Ella ya no encontró lugar en el tiempo. Le fue preciso volverse hacia la muerte. Apenas si divisó la ruta. Un segundo abrió el abismo. El siguiente la precipitó en él.
Uno se ha quedado confundido de este lado. No ha habido tiempo para decir hasta luego. No ha habido tiempo para una promesa.
Ella había desaparecido del film de esta tierra.
Lou Lou Lou, en el retrovisor de un breve instante Lou ¿no me ves? Lou, el destino de estar juntos para siempre en que tenías tanta fe ¿Y bien? No vas a ser como las otras que ya nunca más hacen una seña, sumergidas en el silencio.
No, no debe besarte a ti una muerte para separarte de tu amor. En la pompa horrible que te espacia hasta yo no sé qué milésima dilusión buscas aún, nos buscas lugar Pero tengo miedo No hemos tomado bastantes precauciones Debimos haber sido informados mejor, Alguien me escribe que tú, mártir, velarás ahora por mí. ¡Oh! Lo dudo. Cuando toco tu fluido tan delicado, persistente en tu cuarto y tus objetos familiares que aprieto en mis manos este fluido tenue al que sería preciso proteger para siempre Oh lo dudo, dudo y tengo miedo por ti, impetuosa y frágil, dispuesta a las catástrofes Con todo, voy a las oficinas en busca de certificados dilapidando momentos preciosos que sería preciso emplear antes que nada entre nosotros precipitadamente mientras tiritas esperando en tu maravillosa confianza que yo venga a ayudarte a sacarte de allí, pensando "seguramente vendrá Habrá podido tener algún percance pero no tardará Vendrá, yo lo conozco No va a dejarme sola No es posible No va a dejar sola a su pobre Lou..."
Yo no conocía mi vida. Mi vida pasaba a través de ti. Se había vuelto simple, ese gran asunto complicado. Se había vuelto simple a pesar del dolor. Tu fragilidad: yo era fuerte cuando se apoyaba en mí.
Dime, ¿es que verdaderamente no nos encontraremos nunca más?
Lou, hablo una lengua muerta, ahora que ya no te hablo. Tus grandes esfuerzos de liana en mí, lo ves, han logrado su fin. ¿Lo ves al menos? Es cierto, tú jamás dudaste. Se necesitaba un ciego como yo, se necesitaba tiempo, tu larga enfermedad, tu belleza, resurgiendo de la debilidad y de las fiebres, se necesitaba esta claridad en ti, esta fe, para horadar por fin la pared de la apariencia de su autonomía.
Tarde lo vi. Tarde lo supe. Tarde, aprendí "juntos" aquello que no parecía estar en mi destino. Pero no demasiado tarde. Los años han existido para nosotros, no contra nosotros.
Nuestras sombras respiraban juntas. Bajo nosotros, las aguas del río de los acontecimientos corrían casi en silencio.
Nuestras sombras respiraban juntas, y todo estaba por ellas recubierto.
Tuve frío con tu frío. Bebí sorbos de tu dolor. Nos perdemos en el lago de nuestros intercambios.
Rico de un amor inmerecido, rico que se ignoraba con la inconciencia de los poseedores, he perdido ser amado. Mi fortuna ha quebrado en un día.
Árida, mi vida continúa. Pero no me doy cuenta. Mi cuerpo permanece en tu cuerpo delicioso y en mi pecho hay antenas plumosas que me hacen sufrir con el viento del saqueado. La que ya no está se aleja, y su ausencia devoradora me invade y me consume.
Extraño los días de tu sufrimiento atroz en la cama del hospital, cuando yo llegaba por los corredores nauseabundos, atravesados por gemidos, hasta la momia espesa de tu cuerpo vendado y esperaba emerger de pronto, como el "la" de nuestra alianza, tu voz dulce, musical, contenida, resistiendo con valor la fealdad de la desesperación, cuando, a tu vez, escuchabas mis pasos y murmurabas, libre: "Ah, estás allí".
Yo apoyaba mi mano sobre tu rodilla, por encima del sucio cobertor, y todo desaparecía entonces: el hedor, la horrible indecencia del cuerpo tratado como un barril o como un albañal por seres extraños, atareados y recelosos, todo se deslizaba hacia atrás, dejando que nuestros dos fluidos, a través de los remedios, se encontraran de nuevo, se mezclaran en un aturdimiento del corazón, en el colmo de la amargura, en el colmo de la dulzura.
Las enfermeras, el interno, sonreían; tus ojos llenos de fe apagaban los de los otros.
Aquel que está solo, se vuelve de noche contra la pared para hablarte. Sabe lo que te animaba. Viene de compartir el día. Ha mirado con tus ojos. Ha escuchado con tus oídos. Siempre tiene cosas para ti.
¿No me responderás algún día?
Pero tal vez tu persona se ha vuelto como un aire del tiempo de la nieve, que entra por la ventana, que uno cierra, presa de escalofríos o de un malestar precursor del drama, como me ha ocurrido hace algunas semanas. El frío se echó de pronto sobre mis espaldas, yo me cubrí precipitadamente y me volví cuando eras tú quizás y la más cálida que pudieras darte, esperando ser bien recibida; tú, tan lúcida, no podías expresarte de otra manera. Quién sabe si en este mismo momento no esperas, ansiosa, que yo por fin comprenda, y vaya, lejos de la vida donde ya no estás, a reunirme contigo, pobremente, pobremente, es verdad, sin medios, pero nosotros dos aún, nosotros dos...